La
ciudad siempre ha sido un sinónimo de seguridad. Civilizaciones como la Harappa
en la India o la Maya en Centro América tuvieron desarrollos urbanos en la
medida que lograron incorporar sistemas de seguridad a sus ciudades. Troya
resistió un largo asedio de los griegos porque fue concebida y construida para
darle seguridad a los troyanos. Jerusalén fue victima de decenas de asedios
incluyendo el de Tito el hijo de Vespasiano que generó una carnicería sin
precedentes en el año 70 d.C. Las ciudades medievales se erigieron como
ciudades-muralla para generar seguridad. Así se fue configurando un imaginario
que se amplió con el pensamiento occidental. Se le dio vida a una dicotomía
entre seguro e inseguro, lo que es seguro es lo que está dentro de la ciudad,
lo que esta afuera genera inseguridad; esta lectura se amplía a otras
dimensiones de la evolución urbana, como por ejemplo: lo que esta adentro es la
civilización y lo que esa afuera es la barbarie. Las en boga novelas históricas
de las últimas décadas dan cuenta de este creciente imaginario.
Este
concepto-dispositivo de seguridad de entorno para las ciudades funcionó hasta
el advenimiento de las guerras aéreas. Aunque instrumentos como la catapulta
generaron dolores de cabeza a las murallas, los controles de entrada de
“enemigos” a la ciudad eran controladas, incluso después de la argucia del
caballo de madera de los griegos, los defensores de la ciudad sabían que al
lado de la muralla debían tener estrategias de defensa. Sin duda la aviación
militar que se hizo presente en la primera y segunda guerra mundial con todo su
esplendor, echó por la borda la muralla y en general a las formas de protección
externas como dispositivo de seguridad.
Las
modernas guerras contra el medio oriente, desde la llamada guerra del Golfo
hasta los actuales enfrentamientos con los grupos terroristas donde además de
los aviones intervienen drones no tripulados, sistemas satelitales, sistemas de
reconocimiento facial y rastreadores térmicos, entre otras sofisticadas
herramientas, dejan al descubierto lo mortíferos que pueden ser estos
dispositivos en las guerras contemporáneas. Pero lo que más ha quedado en
evidencia es que por más que existan estas sofisticaciones de ataque y defensa,
por más que existan hombres y máquinas al cuidado de la ciudad, ella esta
indefensa como nunca antes. Esta más asediada y amenazada que nunca, es frágil
y vulnerable como una niña perdida en una estampida humana. Desde el 11S
quedamos notificados que el nuevo escenario de la guerra es la ciudad y que la
ciudad es el terreno perfecto para que funcione el llamado terrorismo.
La
ciudad estática, monolítica a pesar de sus cambios, fija en el territorio, ve
con asombro e impotencia como el terrorismo emerge aquí y allá con la
inmanencia que le es cómplice, haciendo uso del recién llegado o del residente
legendario, haciendo uso desde una moderna arma de fuego pasando por un
cuchillo, un cuerpo arma, hasta incluso una llamada telefónica o un mensaje en
una red social, no todos generan muertos, pero todas estas formas de terrorismo
van matando la ciudad poco a poco. Desde un desquiciado que dispara en un cine
o un colegio, hasta el que se hace estallar en un sitio de concurrencia
pública. Y la van matando no porque vayan a morir todos, si no porque los
llamadas sistemas de seguridad se ensañan incluso contra sus propios
ciudadanos, porque generan odios que salen de cacería a otra latitudes, a otras
ciudades o desiertos, porque mina la confianza entre los ciudadanos y porque en
últimas rompe la promesa que estaba a la entrada de la ciudad en el medioevo
“El aire de la ciudad os hará libres”.
¿y
ante esto qué hacer? Mucho, mucho por pensar y por hacer, lamentablemente nada
de lo que se hace es lo correcto, después de miles de años de evolución nos
comportamos como una tribu primitiva que es atacada, es increíble pero los
gobiernos actúan con una acción y reacción más de instinto que de verdadera
civilización y los ciudadanos generamos
solidaridades y odios según lo establezca en canon del momento. Los caminos son
otros, pero a los que ya tomaron las decisiones de contraatacar y bombardear
para causar mucho daño y “destruir al enemigo de una vez por todas”, vale la
pena recordarles un par de frases de los en otrora aliados de occidente y que
hoy se ensañan contra la ciudad:
“El
problema de occidente es que ama demasiado la vida.”
“¡Qué
importan los bombardeos norteamericanos! ¡nuestros hombres tienen tantas ganas
de morir como los gringos de seguir viviendo!” Eso simplemente no se puede
derrotar, otro debe ser el camino…