Gran
discusión ha generado por estos días tanto la adhesión de Antanas Mockus a la
campaña de Enrique Peñalosa a la Alcaldía de Bogotá, cómo la manifestación de
apoyo a Rafael Pardo de los que son considerados como los técnicos más cercanos
del Mockusianismo, si cabe el término. Cada quien está en libertad de seguir,
apoyar, adherir a quién mejor le parezca, de eso se trata en cierta forma la
política. Lo que no deja de ser un poco estrambótico es la ingenuidad mezclada
con narcisismo con la que se ha llevado esta discusión. La discusión se ha
reducido a una pelea casi infantil, con el perdón de los niños, sobre quién es
el verdadero vocero y quién o quiénes pueden encarnar de mejor forma la llamada
cultura ciudadana.
Sin
duda la primera Administración de Antanas Mockus marcó una inflexión en la
forma de concebir la ciudad. Su estilo de gobierno, su propuesta de contenido,
su pedagogía generó grandes transformaciones que han sido ampliamente estudiadas
y documentadas. Antanas fue un fenómeno político irrepetible, y hago énfasis en
eso para adelantar un poco la conclusión. La cultura ciudadana terminó siendo
la careta con la cual se proclamaron muchas de sus transformaciones y políticas
públicas, sirvió de liquido amniótico, de conductor de un gran número de
transformaciones que dejaron atónitos a la mayoría de los bogotanos y a la
totalidad de los políticos tradicionales. Es sorprendente el eco que generó
este ‘modelo’ de gobierno y lo mucho que se ha documentado, tal vez solo es
comparable con lo poco que se ha indagado sobre sus orígenes políticos.
Con
bastante ligereza tanto críticos como defensores de la llamada cultura
ciudadana parten de ella como si fuera una sustancia, un ser en si que generó las transformaciones de la ciudad y que se
encarnaba en un individuo que promulgaba lo cívico contra lo cínico, el todos
ponen o la cultura tributaria. Muy acorde con nuestra mente procolonialista
necesitábamos un civilizado que nos salvara de seguir siendo barbaros en la
ciudad, es así como se venden las transformaciones de aquella época. Es por
esto que no deja de ser apasionante la discusión sobre ¿quién es el elegido?,
¿cuál será capaz de repetir el milagro?
Considero
que no se le puede restar un ápice de protagonismo y autoría a Mockus por los
cambios que se dieron en Bogotá en aquél entonces; pero mi hipótesis es que la
transformación sustancial que se dio en ese momento fue mucho más de la Política,
donde la cultura ciudadana viene a ser un mero instrumento de expresión y
materialización, apenas una consecuencia de la efímera transformación política
del momento, pero para nada su causa.
En
efecto, el fenómeno que se presentó en su momento puede ser leído como una emergencia de la Política en sentido aristotélico y quizá incluso una partición de
lo sensible en el sentido que lo expresa Jacques Rancière, veamos. Lo que
realmente fue la potencia del primer gobierno de Mockus fue una afrenta a la politiquería, la corrupción
y la ineficiencia, una recuperación de la política como el bien superior
arrebatándosela de las manos a los transadores de la misma, es decir,
concejales, ediles, congresistas e incluso gobierno nacional. Lo realmente
innovador de ese gobierno no fue la cultura ciudadana, fue una ruptura con la
politiquería, fue la instauración de la Política en el más amplio sentido del
término. Por otro lado, ese acto de recuperación de la Política, de no transar,
no negociar con los corruptos, pone de presente el litigio entre los que tradicionalmente habían ejercicio el mando en
la ciudad, es decir los políticos profesionales y los que no, es decir los
ciudadanos. Esa partición se hace evidente para los habitantes de Bogotá y es por
esto que el llamado a las técnicas de la cultura ciudadana tiene una gigantesca
respuesta en la gente. Por primera vez existía la sensación de que las personas
podrían jugar un papel en la ciudad, un papel político así no se hiciera un
ejercicio de racionalidad del mismo. Y es esta doble disposición: el poner el
bien superior rompiendo con los mal llamados políticos y hacer evidente el
litigio entre los representados y sus supuestos representantes, la que permite
que el dispositivo de la cultura
ciudadana sea la herramienta perfecta para generar esa dinamys y lograr así una activación política desde la ciudadanía.
Para
cerrar tres conclusiones. Primero, ninguno de las candidatos encarna el
supuesto legado de la cultura ciudadana ya que este no existe, la cultura
ciudadana es un dispositivo banal si no tiene como correlato y activador una
transformación de la Política. Segundo, antes de seguir discutiendo por esa
banalidad, se echan de menos los análisis y las exigencias sobre si alguno de
los candidatos esta dispuesto a las rupturas y los litigios que fueron
condición para que el dispositivo de cultura ciudadana apareciera como
correlato de la Política; yo de entrada creo que ninguno tiene esa capacidad,
todos, incluyendo al ungido, son parte orgánica de aquello que abría que
romper. En tercer lugar, es posible que los guiños sumen o resten votos, pero
al final en Bogotá hace rato que perdimos el milagro de hacer una verdadera
Política, es decir, antes de que cualquiera gane el domingo, ya perdimos todos.