lunes, 13 de octubre de 2008

La inmanencia una vida

La inmanencia: una vida[1]

Gilles Deleuze

Traducción de CONSUELO PABON[2]

Enviado por: adelcueto@psi.uba.ar

¿Qué es un campo trascendental? Se distingue de la experiencia en tanto que él no remite a un objeto ni pertenece á un su­jeto (representación empírica). Por esto el campo trascendental se presenta como pu­ra corriente de conciencia a-subjetiva, con­ciencia pre-reflexiva impersonal, duración cualitativa de la conciencia sin yo. Parece­ría curioso que lo trascendental se definie­ra por tales presentaciones inmediatas: ha­blaremos de empirismo trascendental por oposición a todo lo que implica el mundo del sujeto y del objeto. Hay algo salvaje y potente en tal empirismo trascendental. No es ciertamente el elemento de la sensación (empirismo simple) porque la sensación no es sino un corte en la corriente de con­ciencia absoluta. Es más bien el paso de una sensación a otra como devenir, como au­mento o disminución de potencia (canti­dad virtual). Por esto, ¿es necesario defi­nir el campo trascendental como una pura conciencia inmediata, sin objeto, sin yo, en tanto que movimiento que no comienza ni termina? (Aún la concepción spinozista del paso o de la cantidad de potencia es expli­cada a partir de la conciencia).

Pero la relación del campo trascenden­tal con la conciencia es solamente de dere­cho. La conciencia sólo se convierte en un hecho cuando se produce al mismo tiempo un sujeto y un objeto, ambos por fuera del campo trascendental apareciendo más bien como trascendentes. En cambio, mientras la conciencia atraviese el campo trascen­dental a una velocidad infinita, siempre difusa, no habrá nada que la pueda reve­lar[3]. Ella no se expresa en efecto sino reflejándose sobre un sujeto que la remite a objetos. Es por esto por lo que el campo trascendental no puede ser definido por su conciencia, la cual sin embargo le es coex­tensiva aunque sustraída a toda revelación.

Lo trascendente no es lo trascendental. Más allá de la conciencia el campo trascen­dental se definiría como un puro plano de inmanencia porque escapa de la trascen­dencia tanto del sujeto como del objeto[4].

La inmanencia absoluta es ella mis­ma y sólo ella misma: no está en ninguna cosa ni pertenece a ninguna cosa. No de­pende de un objeto ni pertenece a un suje­to. En Spinoza la inmanencia no está en la substancia sino la substancia y los modos están en la inmanencia. Cuando el sujeto y el objeto caen por fuera del plano de in­manencia y son tomados como sujeto uni­versal u objeto cualquiera a los que la in­manencia es atribuida, se está produciendo una desnaturalización de lo trascendental. Este no aparece sino como redoblamiento de lo empírico (como en Kant), producién­dose así una deformación de la inmanencia que aparece contenida en lo trascendente. La inmanencia no se relaciona con Alguna cosa como unidad superior de todas las co­sas, ni con un Sujeto como acto que opera la síntesis de las cosas: cuando la inma­nencia no responde a nada distinto que a sí misma es cuando podemos hablar de un plano de inmanencia. Así como el campo trascendental no se define por la concien­cia, el plano de inmanencia no se define por un sujeto ni por un objeto capaces de con­tenerlo.

Diremos de la pura inmanencia que ella es UNA VIDA y nada más. Ella no es in­manencia a la vida sino lo inmanente que no está contenido en nada siendo en sí mis­mo una vida. Una vida es la inmanencia de la inmanencia, la inmanencia absoluta. Ella es potencia, beatitud completa. Es en la me­dida en que Fichte sobrepasa las aporías del sujeto y del objeto en su última filoso­fía que puede llegar a presentar el campo trascendental como una vida que no de­pende de un ser ni está sometida a un Ac­to: conciencia inmediata absoluta en don­de la actividad misma no remite a un ser sino que se plantea en una vida[5].

El campo trascendental deviene enton­ces un verdadero plano de inmanencia que reintroduce el spinozismo en lo más pro­fundo de la operación filosófica. ¿No es acaso una aventura similar la que vivió Maine de Biran en su “Ultima Filosofía”, aquella que estaba demasiado fatigada pa­ra llegar al bien, cuando descubre bajo la trascendencia del esfuerzo una vida inma­nente absoluta? El campo trascendental se define por un plano de inmanencia y el pla­no de inmanencia se define por una vida.

¿Qué es el plano de inmanencia? Una vida... Nadie mejor que Dickens para ha­ber contado lo que es una vida teniendo el artículo indefinido como índice de lo tras­cendental. Un canalla, un sujeto desprecia­do por todos es restituido, arrancado de la muerte; y sucede que los que lo curan y lo cuidan manifiestan una especie de solici­tud, de respeto, de amor por el menor sig­no de vida del moribundo. Todos se ocu­pan de salvarlo hasta el punto en que des­de lo más profundo de su coma el hombre siente algo dulce que lo penetra. Pero a me­dida que vuelve a la vida, la dulzura se ha­ce más fría y encuentra toda su grosería, su maldad. Entre su vida y su muerte hay un momento que no es otro que el de una vida que juega con la muerte[6]. La vida del individuo ha cedido el paso a una vida impersonal y sin embargo singular que des­prende un puro acontecimiento liberado de los accidentes de la vida interior y exterior, es decir, de la subjetividad o de la objetivi­dad de lo que acontece. “Homo Tantum” frente al cual todo el mundo sentía compa­sión y que llegó a una especie de beatitud. Es una “hecceidad” que no corresponde a la individuación sino a la singularización: vida de pura inmanencia neutra, más allá del bien y del mal porque sólo el sujeto que la encarnaba en medio de las cosas la ha­cía buena o mala. La vida de tal individua­lidad se borra en provecho de una vida sin­gular, inmanente a un hombre que ya no tiene nombre aun cuando no se confun­de con ningún otro. Esencia singular, una vida...

No se debería contener una vida en el simple momento en que la vida individual enfrenta la muerte universal. Una vida es­tá en todas partes, en todos los momentos que atraviesa tal o cual sujeto viviente y que se miden por tales o cuáles objetos vi­vidos. Una vida inmanente lleva aconteci­mientos o singularidades que no hacen si­no actualizarse en los sujetos y los objetos. Esta vida indefinida no tiene en si misma momentos (aun cuando los momentos le son muy próximos). Ella sólo tiene entre­tiempos, entre-momentos. Tal vida no apa­rece ni se sucede sino que presenta la in­mensidad del tiempo vacío en donde vemos al acontecimiento por venir y ya pasado en el absoluto de una conciencia inmediata. La novela de Lernet Holenia pone el acon­tecimiento en un entre-tiempo que puede devorar regimientos enteros. Las singulari­dades o los acontecimientos constitutivos de una vida coexisten con los accidentes de la vida correspondiente pero no se agrupan ni se dividen de la misma manera. Se comunican de manera diferente a la individual. Es más, pareciera que una vida singular atravesara toda individualidad o cualquier otro concomitante que la individualizaría. Por ejemplo, los niños más pequeños se pa­recen entre sí, no tienen una individuali­dad. Pero sí tienen singularidades, una son­risa, un gesto, una mueca, acontecimientos que no corresponden a caracteres subjeti­vos. Los niños pequeños son atravesados por una vida inmanente que es pura poten­cia y aún beatitud a través de los sufrimien­tos y las debilidades. Los indefinidos de una vida pierden toda indeterminación en la medida en que conforman un plano de in­manencia o constituyen los elementos de un campo trascendental. Por el contrario, la vida individual se mantiene inseparable de las determinaciones empíricas. Lo indefi­nido como tal no marca una indetermina­ción empírica, sino una determinación de inmanencia o una determinabilidad tras­cendental. El artículo indefinido no es la indeterminación de la persona sin ser al mismo tiempo la determinación de lo sin­gular. El UNO no es lo trascendente que puede contener aún la inmanencia, sino la inmanencia contenida en un campo tras­cendental. El UNO es siempre el índice de una multiplicidad: un acontecimiento, una singularidad, una vida... Siempre se pue­de invocar un trascendente que cae por fue­ra del plano de inmanencia o incluso que se lo atribuye; sin embargo, toda trascen­dencia se constituye únicamente en la co­rriente de conciencia inmanente propia de ese plano[7] . La trascendencia es siempre un producto de la inmanencia.

Una vida sólo contiene virtuales. Está hecha de virtualidades, de acontecimien­tos, de singularidades. Lo que llamamos virtual no es algo que carece de realidad sino algo que se compromete en un proce­so de actualización siguiendo un plano que le da su realidad propia. El acontecimiento inmanente se actualiza en un estado de co­sas y en un estado vivido que permite su irrupción. El propio plano de inmanencia se actualiza en un sujeto y un objeto a los cuales se atribuye. Pero aún cuando no se puede separar de su actualización, el pla­no de inmanencia es virtual en sí mismo, así como los acontecimientos que lo pue­blan son virtualidades. Los acontecimien­tos o singularidades dan al plano toda su virtualidad así como el plano de inmanen­cia da a los acontecimientos virtuales una plena realidad.

El acontecimiento considerado como no actualizado (indefinido) no carece de nada. Sólo es necesario ponerlo en relación con sus concomitantes: un campo trascenden­tal, un plano de inmanencia, una vida, sin­gularidades. Una herida se encarna o se ac­tualiza en un estado de cosas, en lo que acontece; pero ella es en sí misma un puro virtual sobre el plano de inmanencia que nos arrastra en una vida. “Mi herida exis­tía antes que yo...”[8]. No se trata de una trascendencia de la herida como actualidad superior, sino de su inmanencia como vir­tualidad siempre en el seno de un medio, campo o plano. Hay una gran diferencia en­tre los virtuales que definen la inmanencia del campo trascendental y las formas posi­bles que los actualizan y los convierten en algo trascendente.



[1].- La inmanencia: una vida fue publicado en la revista “Philosophie” Nro 47, Minuit París, el 1 de septiembre de 1995.

[2].- Publicada en la revista “Sociología”, Medellín UNAULA, Facultad de sociología, nro 19, 1996

[3].- Bergson H. Materia y Memoria: “Como si nos re­flejáramos sobre superficies, la luz que emana de allí es luz que se propaga de tal manera que jamás puede ser reflejada”. Obras P.U.F., pág. 186.

[4].- Sartre, La trascendencia del Ego. Vrin. Sartre plan­tea un campo trascendental sin sujeto que remite a una conciencia impersona1, absoluta, inmanente. En relación con ella el sujeto y el objeto son trascenden­tes. Pág. 74-87.

Sobre W. James ver el análisis de David Lapoujade “El flujo intensivo de la conciencia en William James”. ‘Philosophie” Nro 46, Junio de 1995.

[5].- Ya lo encontramos en la segunda introducción a la Doctrina de la Ciencia: “La intuición de la ac­tividad pura que no es nada fijo sino progreso, no un ser sino una vida”. (Obras Escogidas de la Filosofía Primera. Vrin. Pág. 274).

Sobre la vida según Fichte ver Iniciación a la Vida Feliz. Aubier, y el comentario de Guéroult, pág. 9.

[6].- Dickens, El Amigo Común. Cap. 3. Pléiade.

[7].- Incluso husserl lo reconoce: “El ser del mundo es necesariamente trascendente a la conciencia, aún en la evidencia originaria, y se mantiene necesariamente trascendente. Pero esto no le cambia nada al hecho de que toda trascendencia se constituye únicamente en la vida de la conciencia como inseparablemente ligada a esta vida”. Meditaciones Cartesianas, Vrin Pág. 52. Este será el punto de partida del texto Sartre.

[8].- Joe Bousquet. Les Capitales. Le Cercle du Livre

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